LA ASCENSION DEL SEÑOR
EUCARISTÍA EL JUEVES 17 DE MAYO A LAS 14:00 HORAS EN LA CATEDRAL DE ESTOCOLMO. (En Español)
«Apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del
Reino de Dios». Los cuarenta días en el A. y NT representan un período de
tiempo significativo, durante el cual el hombre o todo un pueblo se encuentra
recluido en la soledad y en la proximidad de Dios para después volver al mundo
con una gran misión encomendada por Dios. Con el acontecimiento de la Ascensión
se termina una serie de apariciones del Resucitado. ¿Dónde estaba Jesús durante
los cuarenta días después de Pascua, cuando se aparecía a sus discípulos? ¿Estaba
solitario en algún lugar de Palestina del que salía de cuando en cuando para
ver a sus discípulos? ¡NO! Jesús estaba ya «junto al Padre» y «desde allí» se
hacía visible y tangible a los suyos. Junto al Padre estaba ya desde su
resurrección y con nosotros permanece aún después de subir al Padre. En la
Ascensión no se da una partida, que da lugar a una despedida; es una
desaparición, que da lugar a una presencia distinta. Jesús no se va, deja de
ser visible.
En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló
más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia. «Yo estaré
siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos». Así lo había
prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión Cristo no se fue a otro lugar,
sino que entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y
precisamente por eso se puso más que nunca en relación con cada uno de
nosotros.
Por esto es muy importante entender qué queremos decir
cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está sentado a la derecha de
Dios Padre.
La única manera de convertir la Ascensión en una fiesta es
comprender a fondo la diferencia radical que existe entre una
"desaparición y una partida. Una partida da lugar a una ausencia. Una
desaparición inaugura una presencia oculta.Por la Ascensión Cristo se hizo
invisible: entra en la participación de la omnipotencia del Padre, fue
plenamente glorificado, exaltado, espiritualizado en su humanidad. Y debido a
esto, se halla más que nunca en relación con cada uno de nosotros.
Si la Ascensión fuera la partida de Cristo deberíamos
entristecernos y echarlo de menos. Pero, afortunadamente, no es así. Cristo
permanece con nosotros "siempre hasta la consumación del mundo". En
la Biblia, la palabra cielo no designa propiamente un lugar: es un símbolo para
expresar la grandeza de Dios. S. Pablo dice: "subió a los cielos para
llenarlo todo con su presencia" (Ef/04/10), es decir, alcanzó una eficacia
infinita que le permitía llenarlo todo con su presencia.


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