Primera lectura
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos. R/.
El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.
Yo dije: « Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti.» R/.
A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén. Amén. R/.
Segunda lectura
Lectura del libro de Isaías (43, 18-19. 21-22. 24b-25)
Así dice el Señor: —«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo,
para apagar la sed del pueblo que yo formé,
para que proclamara mi alabanza.
Pero tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel;
me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas.
Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes
y no me acordaba de tus pecados.»
Palabra de Dios
Así dice el Señor: —«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo,
para apagar la sed del pueblo que yo formé,
para que proclamara mi alabanza.
Pero tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel;
me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas.
Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes
y no me acordaba de tus pecados.»
Palabra de Dios
Salmo responsorial
Sal 40, 2-3. 4-3. 13-14 (R/.: 5b)
R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos. R/.
El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.
Yo dije: « Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti.» R/.
A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén. Amén. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1,18-22)
Hermanos: ¡Dios me es testigo!
La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego no».
Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros.
Él nos ha ungido, él nos Ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. Palabra de Dios
Hermanos: ¡Dios me es testigo!
La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego no».
Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros.
Él nos ha ungido, él nos Ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. Palabra de Dios
Evangelio
+ Lectura del santo evangelio según san Marcos (2, 1-12)
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: — «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:— «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
— «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.» Entonces le dijo al paralítico:— «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: — «Nunca hemos visto una cosa igual.»
Palabra del Señor
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: — «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:— «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
— «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.» Entonces le dijo al paralítico:— «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: — «Nunca hemos visto una cosa igual.»
Palabra del Señor
COMENTARIO LITURGICO
(7º Domingo ordinario –B- 19 de febrero de 2012)
JESÚS SALVA DE LOS PECADOS
Sólo Dios puede perdonar los pecados
En su poder está devolver la salud espiritual y corporal a quienes se lo suplican. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti, dice el salmo 40 (responsorial), adelantándose incluso con su buena voluntad a la del hombre. Del mismo modo, habiendo recibido del Padre toda su potestad con la fuerza del Espíritu, Jesús concedió al paralítico más de lo que pedía, e hizo de su curación un signo de la salvación integral que traía al mundo como Hijo del Hombre, que era el título del Mesías esperado para el final de los tiempos por Israel.
Termina de este modo la serie de milagros con los que, a modo de catequesis bautismal sobre la salvación, comienza el evangelio según san Marcos. Ese mensaje está dirigido ahora a nosotros, que estábamos impedidos para servir a Jesús, éramos posesión de Satanás, paralizados por el pecado y apartados de la comunión de los santos; pero Jesús nos salvó y ahora nos envía para que anunciemos su gracia salvadora a los que se encuentran en estas situaciones.
Potestad para perdonar los pecados.
En el evangelio de hoy se narra una escena ciertamente movida: La multitud de las personas congregadas en Cafarnaún, el boquete en el tejado para descolgar por allí la camilla con el paralítico, al que Jesús le perdona sus pecados, el escándalo y enfado de los letrados por la actitud de Jesús, y finalmente la pregunta de éste: ¿Qué es más fácil, perdonar los pecados o curar el cuerpo? La historia concluye con la declaración solemne de que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, lo que se demuestra con la curación del paralítico. Naturalmente la gente se queda atónita ante la curación, que sólo adquiere su plena significación en virtud de la relación con el perdón de los pecados.
Jesús comienza con la curación de la más grave de las enfermedades, esa parálisis espiritual que deja radicalmente impedido al hombre cuando éste rechaza a Dios, una enfermedad de la que el hombre en modo alguno puede curarse a sí mismo, ni siquiera con los múltiples métodos psicológicos que los hombres inventan para tratar de olvidarse de su culpa o para darse a sí mismos la absolución de sus pecados. Sólo Dios, que es realmente el ofendido, tiene el poder y la gracia de perdonar la injusticia que se le ha infligido, y como ha enviado a su Hijo al mundo para proclamar y operar este perdón, el Hijo tiene la potestad que Jesús se atribuye. La tiene porque el precio supremo de esta gracia, la cruz y la asunción de la culpa por parte del Inocente, del que no tiene pecado, está asegurado de antemano.
Al igual que la Cena será una anticipación de la cruz, así también lo será el perdón de los pecados concedido durante la vida de Jesús. El perdón de los pecados quita al hombre un peso del que éste no puede liberarse por sí solo, pero muestra, como se nos recuerda en la primera lectura, el enorme esfuerzo y la tremenda fatiga que el pecador impone a Dios, un esfuerzo y una fatiga que absorbe todo el amor divino para liberarnos del peso del pecado.
(7º Domingo ordinario –B- 19 de febrero de 2012)
JESÚS SALVA DE LOS PECADOS
Sólo Dios puede perdonar los pecados
En su poder está devolver la salud espiritual y corporal a quienes se lo suplican. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti, dice el salmo 40 (responsorial), adelantándose incluso con su buena voluntad a la del hombre. Del mismo modo, habiendo recibido del Padre toda su potestad con la fuerza del Espíritu, Jesús concedió al paralítico más de lo que pedía, e hizo de su curación un signo de la salvación integral que traía al mundo como Hijo del Hombre, que era el título del Mesías esperado para el final de los tiempos por Israel.
Termina de este modo la serie de milagros con los que, a modo de catequesis bautismal sobre la salvación, comienza el evangelio según san Marcos. Ese mensaje está dirigido ahora a nosotros, que estábamos impedidos para servir a Jesús, éramos posesión de Satanás, paralizados por el pecado y apartados de la comunión de los santos; pero Jesús nos salvó y ahora nos envía para que anunciemos su gracia salvadora a los que se encuentran en estas situaciones.
Potestad para perdonar los pecados.
En el evangelio de hoy se narra una escena ciertamente movida: La multitud de las personas congregadas en Cafarnaún, el boquete en el tejado para descolgar por allí la camilla con el paralítico, al que Jesús le perdona sus pecados, el escándalo y enfado de los letrados por la actitud de Jesús, y finalmente la pregunta de éste: ¿Qué es más fácil, perdonar los pecados o curar el cuerpo? La historia concluye con la declaración solemne de que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, lo que se demuestra con la curación del paralítico. Naturalmente la gente se queda atónita ante la curación, que sólo adquiere su plena significación en virtud de la relación con el perdón de los pecados.
Jesús comienza con la curación de la más grave de las enfermedades, esa parálisis espiritual que deja radicalmente impedido al hombre cuando éste rechaza a Dios, una enfermedad de la que el hombre en modo alguno puede curarse a sí mismo, ni siquiera con los múltiples métodos psicológicos que los hombres inventan para tratar de olvidarse de su culpa o para darse a sí mismos la absolución de sus pecados. Sólo Dios, que es realmente el ofendido, tiene el poder y la gracia de perdonar la injusticia que se le ha infligido, y como ha enviado a su Hijo al mundo para proclamar y operar este perdón, el Hijo tiene la potestad que Jesús se atribuye. La tiene porque el precio supremo de esta gracia, la cruz y la asunción de la culpa por parte del Inocente, del que no tiene pecado, está asegurado de antemano.
Al igual que la Cena será una anticipación de la cruz, así también lo será el perdón de los pecados concedido durante la vida de Jesús. El perdón de los pecados quita al hombre un peso del que éste no puede liberarse por sí solo, pero muestra, como se nos recuerda en la primera lectura, el enorme esfuerzo y la tremenda fatiga que el pecador impone a Dios, un esfuerzo y una fatiga que absorbe todo el amor divino para liberarnos del peso del pecado.

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